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Flores eternas

A mitad de camino en el sendero que lleva desde Elana hacia la granja de "Los Picopatos", hay en el margen izquierdo un pradillo que sobremonta al arrollo del rio Etién.
Se trata de un lugar pequeño y tranquilo, flanqueado por ancianos abedules majestuosos.

Uno puede sentarse a meditar con los pies metidos en las aguas cristalinas o bien tumbarse y apreciar el movimiento de las nubes sin sentir mas que el murmullo de agua o el rumor ocasional de las conversaciones arbóreas.

Se trata de uno de los lugares mágicos a los que puedo acudir siempre que lo desee, desde el interior de mi mente.

No se trata solamente de un lugar imaginario. También fue un regalo que compartió conmigo un amigo árbol al que curé del daño de un desaprensivo. Recuerdo abrazar al árbol y sentir su voz en forma de la imagen de ese prado.

En las mañanas es especialmente placentero ir allí, cuando despunta el sol y a los primeros rayos puedes ver a los cisnes que acuden a beber y sentir como se despierta la vida. A veces me parece hundirme en la tierra cálida, sentir su abrazo y un susurro : todo esta bien, deja que fluya, no hay nada que puedas hacer.

Casi pierdo ese lugar mágico en el incendio del año pasado. Me inundó la desolación hasta que me trajiste esos brotes verdes y recorrimos juntos el bosque retirando las ramas muertas y plantando nuevos árboles entre los que habían caído.

Ahora es un bosque joven y aunque los nuevos árboles escuchan a los mayores que se han salvado, a veces hacen de las suyas y me divierte hablar con ellos y enseñarles a ser pacientes.