Llamaron a la puerta y fui a abrir. Mi compañera de piso que estaba de vacaciones me había pedido permiso para enviar a un exnovio suyo a dormir. Yo como siempre en mi mundo, no le pedí mas detalles.
Cuando abrí a través de la noche lluviosa emergió tu figura y se me encogió el corazón.
Me explicaste directamente que tenías sida, que estabas desahuciado y habías sido drogadicto. No hacía falta que me lo explicases, en cuanto ví tu aspecto me asusté: parecías mas muerto que vivo. Al fin y al cabo, yo estaba solo en aquel caserón vacío. Eran los primeros años del sida, aún no se sabía bien como se contagiaba. Dudé un instante y supe que tenía que hacer. Estaba indignado y asustado.
- No te preocupes por nada, estate tranquilo - te dije- Tu te vas a quedar aquí, pero vamos a llamar a Carolina, porque tenía que haberse asegurado de que yo conocía tu estado.
En aquella época no había casi teléfonos móviles así que salimos en la noche cerrada y buscamos un lugar donde te invité a cenar y pude llamarla para ponerla a caldo.
Recuerdo el miedo que pasé, no por ti, sino por tu estado de salud. Yo tenía que trabajar todo el día y al llegar por la noche estabas allí, a penas te podías mover sin cansarte. Llevaba conmigo una botella de lejía para desinfectar el baño cuando tenía que ir quizá porque eso me hacía sentir mas seguro.
Cenabamos juntos y me contabas poco a poco cosas de tu vida, mientras yo intentaba que te sintieses tranquilo para yo también estarlo.
Los fines de semana que estuviste, te llevaba a comer bien, aunque me daba cuenta de que tu organismo apenas podía digerir ya la comida.
Me contaste como pasaste del triunfo y de ser emprendedor y empresario a perderlo todo por culpa de la soberbia, como estuviste con síndrome mesiánico (tu no sabías el nombre) quince días deambulando por tu ciudad natal, como algunos vecinos te dieron dinero diciéndote "a ver si te matas de una puta vez",...
Sé que ya no estas aquí. Aun conservo la carpeta de cuero que me repujaste con el dibujo de un duende, en agradecimiento por haberte cuidado. Y, ¿sabes? Cuando pienso en ti me doy cuenta de que yo fui el afortunado porque quizá estabas enfermo y moribundo pero estabas vivo y tuviste la valentía extraordinaria de una persona que reconoce sus errores y se prepara para irse en paz.
Fuiste un breve e intenso episodio en mi vida, pero fue suficiente para entender donde esta el valor real de las personas. Gracias donde quiera que estés.